viernes, 9 de diciembre de 2011

DE MUJERES






LA LOCA
Victoria Aldunate

No me porto así porque esté loca, sino porque tengo que cuidarte todo el tiempo. Por eso te sigo y por eso me quedo mirándote desde la esquina mientras estás con tus amigas. A veces trato de esconderme para no molestarte, pero ellas igual me ven y yo sé que se ríen de mí y que a ti eso no te gusta… Pero tengo que hacerlo porque te quiero, no porque esté loca, todos creen eso, pero no es así.
La señorita me dijo bien claro que estoy enferma, pero no de psiquiátrico. Es que me duele la mente a mí, sobre todo cuando me recuerdo de cosas. Y cuando les hacen algo malo a ustedes. Yo se lo expliqué a la señorita y ella me entendió.
Que me tomara las pastillas no más y que si quiero, recuerdo, y si no quiero, no. Que todo lo que haga ahora, dice ella, lo tengo que hacer porque quiero y no porque alguien me obliga, que está bien que las quiera, pero que está mal que le pegue a la gente que las trata mal. Y que no haga locuras.
Pero a veces me da por hacer cosas raras como esa vez que me fui a la rueda y quería subirme entremedio de los carros ¿te acuerdas? y tú tuviste que pedirle disculpas al guardia porque se enojó y dijo que iba a llamar a los pacos y me iba a denunciar porque él no quería viejas suicidas ahí. Pero yo no quería matarme, todos creyeron eso, pero no, yo quería mirar las estrellas sola, sin nadie al lado. Porque si una se sube en los carritos pagando como todos, te ponen una señora al lado, o peor, a un tipo, que entre vuelta y vuelta te puede entrar a manosear y yo no quiero manoseo, no me gustan esas cosas a mí. No quiero que ningún hombre me ande manoseando, ni siquiera el Raúl. Ya no. Soy una mujer honrada yo.
¿Porque la gente siempre cree que una es puta? Si ando sucia a veces es porque no tenemos baño y se me olvida lavarme la cara, no es porque ande putiando por ahí. Porque al contrario, la que anda putiando se emperifolla, se perfuma, se pinta y yo no, ¿para qué? Yo ya tuve mi hombre y no quiero más hombre. Yo las quiero a ustedes y nada más me importa. Por eso me vine del Puerto, para estar con ustedes, no me importó nada que Raúl me pidiera que me quedara con él, que en el Hospital me suplicara, ¡Quédate Cindy, quédate, si yo voy a cambiar, si ya dejé a la rucia, si te quiero a ti no más! No, le dije, no vuelvo con vos, pura vergüenza me da volver con vos. ¡Con qué cara queris que mire a la señorita después! (la otra señorita, la del Puerto, digo, no ésta. Esta no conoce al Raúl ¡y mejor que no lo conozca porque quizás qué diría!). ¡Si ella me había dado todos los certificados para los comparendos! Si hasta me llevó en su propio auto (un auto rojo, bien bonito) a constatar lesiones y a cada rato se volvía para atrás y me miraba asustada. Después me contó que ella creía que me iba a morir porque estaba pálida, y más pálida me veía porque me corría la sangre, rojita, por la cara... pero yo ni me quejaba, iba calladita, asustada porque le estaba ensuciando el auto a la señorita y ella me decía, ¡No importa Cindy, sólo no te muevas que te puede venir un ataque! Iba como histérica la señorita y yo ya veía que chocábamos y nos moríamos las dos. Yo por culpa del Raúl y ella por culpa mía... Pero no quería morirme yo, porque estaban ustedes en el mundo, ¿me entendis? Yo me podría haber muerto, pero no quise, estuve cerca, eso sí, porque fue la primera vez que el Raúl me pegaba con objetos. Así le dicen cuando te preguntan las señoritas: ¿Le pega con la mano o con objetos? y esa vez me pegó con un objeto.
¡Qué vai a hacer con eso Raúl!, alcancé a gritarle y él con la tranca de la puerta en la mano me miraba, rojo de rabia… Ahí se me nubló todo, y lo último que vi fue a la Carlita y a la Jenny, abrazadas debajo de la mesa.
Yo en todo caso cuando desperté supe que no me iba a morir, porque si el Raúl no me había matado a palos y la señorita no había chocado, entonces era que yo ya no me moría más. Le dije eso a la señorita y ella se río y a mí me gustó que se riera. Las pasó conmigo ella, fue en persona a hospitalizarme y fue en persona a buscarme cuando me dieron de alta.
¡Cindy, yo no tengo derecho a decirte esto, pero te lo voy a decir igual, no vuelvas con él!, ¡No hagas caso cuando el juez te diga que concilies y los mande a terapia familiar. Te va a matar! A lo mejor tú sientes que él no lo haría, pero créeme, lo hacen!...
Así me hablaba la señorita mientras salíamos del hospital. Ella pensaba que tenía la papa, que me estaba diciendo la gran cosa, que yo no me daba cuenta de nada. Pero me daba. Si no soy tan loca tampoco. El Raúl me estaba pegando con objetos ya, y yo estaré enferma, pero no soy huevona, no iba a volver con él, mucho lo querré, pero más las quiero a ustedes y no las iba a dejar solas. Cuando me dijeron que se las habían llevado, me puse como loca, le rompí la tele a la rucia y le tiré lejos las fonolas (porque era mentira que la había dejado, lo encontré con ella), le pegué al Raúl también. Tan loca estaba que me internaron en una cuestión parecida a la de ustedes, pero diferente. A donde me llevaron a mí había puros mentalistas (que te ven la mente) y me obligaron a tragarme un montón de pastillas de todos colores, y la señorita ya no podía ayudarme porque ahora yo ya no era mujer golpeada, porque no vivía con el Raúl y él vivía con otra. Además decían que me había vuelto loca por otras cosas, no por los golpes, y entonces no entraba en VIF y cuando una entra en VIF, a una la ayudan, pero cuando no entra, no. Igual me consiguió una plata para el pasaje cuando me dejaron salir. Y yo me vine altiro, ni pensé en ir donde el Raúl. Yo las quería a ustedes no más. Pensaba en cómo estarían sufriendo, sin mí, todas separadas, en distintos Hogares, y le lloré a mi mamá para que las sacara de ahí.
¡Por ellas lo voy a hacer!, me dijo. ¡No por vos! Porque yo quiero a las cabras chicas y me dan pena…
Ahora le dan pena las cabras chicas. Cuando yo era cabra chica, yo no le daba pena. No le daba pena pegarme con la manguera (porque a mí desde chica me han pegado con objetos), y no le daba pena cuando me gritaba ¡Cabra culiá, pa' qué habris nacido! Ahí no le daba pena yo… pero sabis Estrellita, ese día no le respondí lo que hubiera podido responderle. ¿Sabis por qué no le respondí?, porque es una vieja cabrona y si le hubiera dado la indiá no las saca nunca de ahí.
Sí, ya sé que tú la queris. Bueno, es una vieja cabrona conmigo entonces. Conmigo no más. Porque soy medio loca.
No le respondí nada a la vieja cabrona porque nadie más podía sacarlas, porque a ella no más le dieron la custodia y a mí en cambio me la quitaron, porque a mí no me cuentan como responsable. O sea, creen que soy irresponsable. Y yo soy responsable. Pero la gente no cree…
Asíque la dejé que hablara no más. No importa lo que ella crea, yo te cuido, yo sí te cuido, por eso no me gusta cuando vai' pa' donde el Pepe y te quedai tanto rato adentro con él. No es que me moleste el Pepe. El Pepe, yo sé que es bueno, pero el papá de él es un viejo curado y te mira con malos ojos. Yo sé. Y tú, tan pará en la hilacha con otra gente, que hasta me has defendido cuando mi mamá me quiere pegar, a él no le decis ninguna cosa… Y es para no perder al Pepe ¿cierto? Sí yo sé. No, no te enojes conmigo. Sé que siempre me decis que hay muchos hombres en el mundo, pero yo no te creo, porque yo también tuve quince años y quise al Raúl y le aguanté todo con tal de que se quedara. Habían muchos hombres el mundo, pero yo lo veía a él no más. No quiero que te pase lo mismo que a mí. Por eso le pegué al viejo curado. Tú te enojaste, hasta me insultaste, pero no importa Estrellita, él no tiene ningún derecho a decir que tú estai rica. No tiene ningún derecho porque tú eres una niñita no más. Mi niñita. Y él es un viejo curado, y no voy a dejar que sintai a un viejo hediondo sobajeándote...
Pensé en el lacho de mi mami tirándoseme encima y en el viejo Rodolfo, ese mismo que tú me dijiste que le estaba pagando a las cabritas chicas del barrio pa que se lo chupen. Ese mismo me violó a mí.
Y entonces me le tiré encima al papá del Pepe mientras él trataba de convencerme que no había hablado de ti.
¡Si no lo dije por la Estrellita, usted no escuchó bien!, me lloraba el muy maricón. Que yo como estaba enferma no entendía bien las cosas.
Yo lo había escuchado clarito recién diciendo que a la minita del Pepe me la voy a pasar por armas porque está terrible de rica y pa eso el Pepe es mi hijo.
Recién lo había dicho el viejo borracho y cuando me negó, más rabia me dio. Agarré una silla y se la quebré en la cabeza porque a ti ningún viejo cabrón te va a hacer ninguna cosa mientras yo esté viva.
Porque yo seré loca, pero no huevona y lo escuché clarito y hasta el Pepe mismo cuando cachó que estaban llamando a los pacos, me dijo: ¡Señora Cindy arranque mejor, que vienen los pacos!
Por eso yo quiero al Pepe, pero no quiero que te quedis en la pieza con él tanto rato. Por eso te voy a buscar y te grito de afuera, aunque a ti te de vergüenza, por eso me quedo despierta todas las noches pa vigilar tu sueño, pero sobre todo pa vigilar al Jonh y al Marcos que el otro día se pasearon desnudos delante de ti en la pieza.
¡Si no te gusta te vai no más, agarrai a tus cabras y te vai!, me dijo mi mami, ¡que ustedes cuatro están demás en esta pieza, sin ustedes seríamos diez y sería más fácil armar los colchones en la noche!
Pero a dónde me voy a ir, si no tengo a donde, ¡No ve que la señorita me está consiguiendo un terreno para poner una mediaguas!, le dije.
¡La señorita, la señorita! ¡La señorita esto, la señorita lo otro!, me remedaba.
Y yo lo único que quiero es que mis hermanos las respeten a ustedes, nada más porque ustedes son niñitas no más.
¡Niñitas, van a ser!, mi mamá se río de mí, ¡Niñita la Estrella! ¡Seguro! ¡Ya está buena pa casarse y ya le anda moviendo el culo a los hombres! ¡Loca de mierda, no entendis nada tú! ¡Si tener mujeres es para puros problemas!...
¡Que yo no entiendo! No es cierto, yo entiendo, yo entiendo las miradas que te pegan mis hermanos por eso me quedo despierta en la noche, yo entiendo que tú no tenis la culpa y que tú no le movis el culo a ningún hombre (bueno, al Pepe no más, pero el Pepe es bueno), yo entiendo que tú estai enamorá y por eso te arreglai pa él, yo entiendo que eso no tiene nada que ver con las miradas que te dan el John y el Marcos y el viejo borracho, yo entiendo que tu no tenis ninguna culpa.
¡Y a mí me gusta tener niñitas porque una puede hacerle trenzas y coserle vestidos y porque son cariñosas como tú! ¡Tú no tenis culpa de nada Estrellita, no creas eso! Yo vi tu carita triste cuando mi mami lo gritó, pero yo no creo lo mismo…
Lo que sí creo Estrellita, es que tú eres muy re pilla. Demasiado. Y sé que me escondis el sostén para que me demore en buscarlo y así poder irte adelante y encontrarte con el Pepe, los dos solos. Sí, me doy cuenta, si yo soy loca, pero no… Sí, sí, sí, ya sé que te lo he repetido varias veces, pero es que entiéndeme tú a mí Estrellita, necesito que comprendas por qué te cuido tanto. Es porque te quiero.
Sí, Estrellita, yo sé que tú también me queris, si lo veo en tus ojos y me gusta cuando lo veo, porque veo que tú sí creis en mí aunque nadie crea, creo que tú sí entendis que yo no estoy tan loca, y siento que a veces tengai que recordarme donde guardé los calzones y qué hice con la mamadera de la Jenny, pero así son las cosas, yo me olvido de todo y tú eres la más grande y tenis que ayudarme. De lo que no me olvido Estrellita es de que soy tu mamá, de eso no me olvido nunca y por eso te cuido… ¡Y estai tan linda y grande! ¿Pa qué crecis tanto? ¡Ahora ni te alcanzo, caminas más rápido que yo! ¡Ya, dame un abrazo y no peleemos más!
¡Acompáñame donde la señorita que quiero preguntarle por la mediaguas!
(“ La Loca ”, III Concurso Latinoamericano Mujer: Imágenes y Testimonios-Edición Perú y del Movimiento Manuela Ramos, 2005)









LA OTRA
Victoria Aldunate

Para rescatarla fue necesario vaciarme, sino jamás la hubiera encontrado.
Fue una de esas mañanas en que aún no me habían pagado el sueldo porque el memo se había extraviado, estaba enojada con mi marido que andaba de viaje y los niños estaban con mi suegra (para capear la falta de plata). No quería despertar porque sabía que iban a llamar del Banco para decir que el cheque (de la tercera cuota de la casa nueva en el nuevo barrio de nuevos ricos) había rebotado.
No soy la única a la que le ha pasado, de hecho podría continuar en segunda persona: "Fue una de esas mañanas en que a duras penas te arrastras de la cama al baño y luego a la cocina, pones a calentar la comida del perro que se niega a comer "Topcan" porque, claro, él no ve tele (tú sí). Te preparas un café bien cargado (de ese carísimo que comenzaste a comprar desde que subiste de pelo) con la esperanza de que te quite el letargo adherido a tu cuerpo como arena mojada desde hace una decena de años. Te quieres volver a la cama (has dado parte de enferma), una licencia que el médico, estás segura, te dio con sólo ver tus ojeras. Bebes tu café y ¡sorpresa! te gritan las tripas, sales corriendo al baño porque te baja una colitis en la que parece que se te va la vida. Pero lo que se te va es el patacón de comida que te metiste a presión a las dos de la madrugada. Y justo en ese momento (como suele suceder) suena el teléfono, te incorporas como puedes del trono y corres al aparato. Deseas que sea tu marido para reconciliarse (feliz porque le resultó el supuesto negocio del siglo), sin embargo, es una señorita muy compuesta que lo llama a él. ¿De parte de quién?, interrogas, en un hilo de voz con ganas de vomitar, rogando que no empecemos de nuevo con las llamadas anónimas que te dejan la nuca y la dignidad retorcidas.
Su esposo ganó dos semanas de estadía gratis en el Hotel Pucón y para cobrarlas debe venir esta tarde a un cóctel en el Hotel Torremolinos de Puerto Montt a las 21:30. ¡Un premio, una nueva luna de miel justo en el séptimo año! (el de la comezón).
¡Lógico que vas! y explicas que asistes sola porque tu marido anda en un viaje de negocios (lo que suena bastante bien viniendo de una señora con cuenta corriente congelada). De todas maneras, aún te quedan las tarjetas de crédito adicionales. Das a entender, orgullosa, que lo único que tienen separado es el auto (cada uno con el suyo). Para qué vas a entrar en detalles como dice la Mirta. Detalles como que la camioneta está casi embargada y tu auto tiene la mitad de las cuotas impagas o que Saesa, haciendo gala de su "buena disposición" (según dijo la secretaria del gerente), te permitió pagar la cuenta de dos meses en tres cheques. (¡Ah pero no sin antes hacerte esperar como loro en el alambre dos semanas por la respuesta!); y para qué entrar en detalles como que el filo de la burocracia cortó el hilo de tu vida doméstica y el mismo día que fuiste a pagar la luz, "por un error de administración", tu familia vivió una comedia de equivocaciones: Mientras tú hacías la cola, en tu casa, la Mirta, tu nana, resistía el corte de luz.
Llegaron como a las doce del día, señora, yo traté de engañar al que traía las herramientas (diciéndole que en alguna parte tenía la cuenta pagada y después tratando de sobornarlo con un trozo de kujen), pero él se puso pesado, me exigió ver el comprobante de pago y yo le dije que justo se lo había comido el Boby, (entonces él procedió mientras ella lo amenazaba con su hermano policía). Lo miré con mis ojos más fieros (que son harto fieros, yo lo sé). Pero ellos, cortaron la luz no más, señora y como yo sabía que las vecinas estarían aguaitando a mí se me ocurrió que lo mejor para disimular era ir a dejarlo a la puerta con una sonrisa.Y le dije que volviera cuando quisiera.
Me imagino al técnico sin habla. La Mirta oyó que le decía al chofer: ¡Vámonos antes de que esta vieja saque un cuchillo!
Más tarde ella le comentó a la nana de la vecina que habían venido a instalar calefacción central. ¿Para qué entrar en detalles?, señora, ¿no cree?...
Yo tampoco entré en detalles en la puerta del Torremolinos esa noche. Las ganas de vomitar seguían torturándome, no obstante sonreía tratando de disimular la rareza de andar con lentes de sol (para que no me reconociera alguien de la empresa). Frente a mí estaba la compuestita, la misma que había llamado en la mañana cuando yo estaba en el baño. Impecable ella, demoledoramente joven, con un traje beige clarito que le caía perfecto (ni un rollo) y diciéndome con falsa condescendencia que yo no podía entrar.
Con una sonrisa de ventas de salón me expulsaba. Puede venir la próxima semana al cóctel, señora, pero con su esposo, le rogamos que nos disculpe... Hacía tiempo que mi tolerancia a la frustración era pura historia y grité: ¡No te disculpo una mierda, yegua!... Y me oí seguir despotricando (porque ¡Chupalla! era mi voz, aunque a momentos parecía venir de otro lado). La muchacha perdía su frágil compostura, pálida y con tembleque en la pera me observaba con verdadero terror y yo seguía arremetiendo: ¡A esta chula no le han hecho ni un cursito de atención al público! (Hundir el dedo en la yaga del clasismo nacional es cosa expedita). Ahí, mi enemiga dejó de pretender ese devaneo de niñita bien y comenzó a aleonarse como cuando, en breve, te van a sacar la detumadre: ¡Sabe qué más señora!... Se arrepintió justo a tiempo, supongo que pensando en su contrato de trabajo. ¡Qué!, la seguí desafiando (sé que nadie quiere perder la pega hoy en día) e intenté arreglar la corona sobre mi cabeza: Llame a su jefe, por favor, mija. ¡Uno a cero!, pensé. Ella también se ordenó y me pidió por favor mi carnet, señora, partiendo circunspecta. Quince minutos más tarde -que me parecieron siglos - volvió campante porque yo sola me había hecho un autogol y en esa batalla insensible mi tropiezo fue su bálsamo. Sonrió ampliamente saboreando mi humillación y gritó como canuta en domingo: ¡Señora, usted tiene DICOM, no puede recibir el premio porque para cobrarlo está obligada a dejar un cheque en garantía y en su caso no podemos aceptárselo. Una pareja que se disponía a entrar, a la voz de DICOM, me miró con sorpresa (¿de qué idioma es la palabra DICOM?). La vergüenza no me paralizó tanto como para que no se me vinieran a la memoria aquellos vecinos casi embargados a raíz de un cheque en garantía para ganarse unas vacaciones que nunca pudieron cobrar, porque cada vez que llamaban para reservar, o no había cupo o era temporada alta, o salía una grabación de fuera de servicio. Todo pasó por mi cabeza en una fracción de segundo y la pareja de incautos que venía (¡ja!) a cobrar su premio dejó de avergonzarme porque yo ahora sabía más que ellos. Además eran algo así como mis gemelos (aunque ellos no lo sabían). La mujer tenía ojeras y él cultivaba esa poncherita tan conocida.
Sé que, en mi lugar, tus sentimientos también hubieran sido confusos. Habrías envidiado furiosamente a esa mujer porque aunque estuviera a punto de ser estafada aún podía entrar al Torremolinos y aunque viviera la desvalorizada curva de los cuarenta igual que tú (y que yo) iba con marido y, de seguro, con una cuenta corriente realmente corriente; pero por otro lado, tu conciencia (como la mía) se hubiera empeñado en soltarte la lengua para que la previnieras (y de paso le borrabas esa mirada despreciativa)... La verdad, creo que hubiera tratado de salvarla si no hubiese sido porque la del trajecito beige la hizo pasar con su marido al Hotel y entonces los tres, antes de perderse en el lujo, vieron hacia la calle... A través mío... Las lágrimas se me agolparon, querían salir las muy indignas (aunque me he entrenado años para que no broten en público) y pensé: ¡A la mierda, que la embarguen! Goterones gruesos rodaron por mis mejillas mientras las ganas de vomitar ya no eran soportables, entonces apuré el paso hacia el mar preguntándome, entre arcadas, si debía tirarme, pero en vez de eso, apoyada en un poste como una borracha, vomité hasta el alma...
¡Aprovecha, busca a la otra ahora que estás limpia! Rescátala...
Estuve en la Costanera un tiempo indefinido respirando un aire helado que me purificaba en cada bocanada, perdí la memoria de mi renovada pobreza, descubrí que -cosa rara- el océano con sus reflejos de luna sigue siendo un espectáculo gratis. Disfruté el vacío en mi estómago; en mi casa ya no había empleada doméstica (no pude seguir pagándole, ella se fue preocupada prometiendo volver cuando pasara la mala racha). Ahora yo iba a tener que hacer mi propia cama (como antaño), pero no importaba, lo que sí deseaba (más que ganarme el Kino o el negocio del siglo) era que esa mujer encontrara trabajo para que pudiera seguir mandando a sus hijos al colegio bien alimentados.
La otra...(me repletaba) esa que disfrutaba con poco y compartía el pan con mantequilla con su compañera de banco...(podía sentirla revoloteando en mi estómago).
Se me había pasado el asco. 
(La Otra ” en Antología “Cuentos de Consumo”. Municipalidad de Puerto Montt y SERNAC. X Región de Los Lagos, 2002)











LA OTRA
Victoria Aldunate

Para rescatarla fue necesario vaciarme, sino jamás la hubiera encontrado.
Fue una de esas mañanas en que aún no me habían pagado el sueldo porque el memo se había extraviado, estaba enojada con mi marido que andaba de viaje y los niños estaban con mi suegra (para capear la falta de plata). No quería despertar porque sabía que iban a llamar del Banco para decir que el cheque (de la tercera cuota de la casa nueva en el nuevo barrio de nuevos ricos) había rebotado.
No soy la única a la que le ha pasado, de hecho podría continuar en segunda persona: "Fue una de esas mañanas en que a duras penas te arrastras de la cama al baño y luego a la cocina, pones a calentar la comida del perro que se niega a comer "Topcan" porque, claro, él no ve tele (tú sí). Te preparas un café bien cargado (de ese carísimo que comenzaste a comprar desde que subiste de pelo) con la esperanza de que te quite el letargo adherido a tu cuerpo como arena mojada desde hace una decena de años. Te quieres volver a la cama (has dado parte de enferma), una licencia que el médico, estás segura, te dio con sólo ver tus ojeras. Bebes tu café y ¡sorpresa! te gritan las tripas, sales corriendo al baño porque te baja una colitis en la que parece que se te va la vida. Pero lo que se te va es el patacón de comida que te metiste a presión a las dos de la madrugada. Y justo en ese momento (como suele suceder) suena el teléfono, te incorporas como puedes del trono y corres al aparato. Deseas que sea tu marido para reconciliarse (feliz porque le resultó el supuesto negocio del siglo), sin embargo, es una señorita muy compuesta que lo llama a él. ¿De parte de quién?, interrogas, en un hilo de voz con ganas de vomitar, rogando que no empecemos de nuevo con las llamadas anónimas que te dejan la nuca y la dignidad retorcidas.
Su esposo ganó dos semanas de estadía gratis en el Hotel Pucón y para cobrarlas debe venir esta tarde a un cóctel en el Hotel Torremolinos de Puerto Montt a las 21:30. ¡Un premio, una nueva luna de miel justo en el séptimo año! (el de la comezón).
¡Lógico que vas! y explicas que asistes sola porque tu marido anda en un viaje de negocios (lo que suena bastante bien viniendo de una señora con cuenta corriente congelada). De todas maneras, aún te quedan las tarjetas de crédito adicionales. Das a entender, orgullosa, que lo único que tienen separado es el auto (cada uno con el suyo). Para qué vas a entrar en detalles como dice la Mirta. Detalles como que la camioneta está casi embargada y tu auto tiene la mitad de las cuotas impagas o que Saesa, haciendo gala de su "buena disposición" (según dijo la secretaria del gerente), te permitió pagar la cuenta de dos meses en tres cheques. (¡Ah pero no sin antes hacerte esperar como loro en el alambre dos semanas por la respuesta!); y para qué entrar en detalles como que el filo de la burocracia cortó el hilo de tu vida doméstica y el mismo día que fuiste a pagar la luz, "por un error de administración", tu familia vivió una comedia de equivocaciones: Mientras tú hacías la cola, en tu casa, la Mirta, tu nana, resistía el corte de luz.
Llegaron como a las doce del día, señora, yo traté de engañar al que traía las herramientas (diciéndole que en alguna parte tenía la cuenta pagada y después tratando de sobornarlo con un trozo de kujen), pero él se puso pesado, me exigió ver el comprobante de pago y yo le dije que justo se lo había comido el Boby, (entonces él procedió mientras ella lo amenazaba con su hermano policía). Lo miré con mis ojos más fieros (que son harto fieros, yo lo sé). Pero ellos, cortaron la luz no más, señora y como yo sabía que las vecinas estarían aguaitando a mí se me ocurrió que lo mejor para disimular era ir a dejarlo a la puerta con una sonrisa.Y le dije que volviera cuando quisiera.
Me imagino al técnico sin habla. La Mirta oyó que le decía al chofer: ¡Vámonos antes de que esta vieja saque un cuchillo!
Más tarde ella le comentó a la nana de la vecina que habían venido a instalar calefacción central. ¿Para qué entrar en detalles?, señora, ¿no cree?...
Yo tampoco entré en detalles en la puerta del Torremolinos esa noche. Las ganas de vomitar seguían torturándome, no obstante sonreía tratando de disimular la rareza de andar con lentes de sol (para que no me reconociera alguien de la empresa). Frente a mí estaba la compuestita, la misma que había llamado en la mañana cuando yo estaba en el baño. Impecable ella, demoledoramente joven, con un traje beige clarito que le caía perfecto (ni un rollo) y diciéndome con falsa condescendencia que yo no podía entrar.
Con una sonrisa de ventas de salón me expulsaba. Puede venir la próxima semana al cóctel, señora, pero con su esposo, le rogamos que nos disculpe... Hacía tiempo que mi tolerancia a la frustración era pura historia y grité: ¡No te disculpo una mierda, yegua!... Y me oí seguir despotricando (porque ¡Chupalla! era mi voz, aunque a momentos parecía venir de otro lado). La muchacha perdía su frágil compostura, pálida y con tembleque en la pera me observaba con verdadero terror y yo seguía arremetiendo: ¡A esta chula no le han hecho ni un cursito de atención al público! (Hundir el dedo en la yaga del clasismo nacional es cosa expedita). Ahí, mi enemiga dejó de pretender ese devaneo de niñita bien y comenzó a aleonarse como cuando, en breve, te van a sacar la detumadre: ¡Sabe qué más señora!... Se arrepintió justo a tiempo, supongo que pensando en su contrato de trabajo. ¡Qué!, la seguí desafiando (sé que nadie quiere perder la pega hoy en día) e intenté arreglar la corona sobre mi cabeza: Llame a su jefe, por favor, mija. ¡Uno a cero!, pensé. Ella también se ordenó y me pidió por favor mi carnet, señora, partiendo circunspecta. Quince minutos más tarde -que me parecieron siglos - volvió campante porque yo sola me había hecho un autogol y en esa batalla insensible mi tropiezo fue su bálsamo. Sonrió ampliamente saboreando mi humillación y gritó como canuta en domingo: ¡Señora, usted tiene DICOM, no puede recibir el premio porque para cobrarlo está obligada a dejar un cheque en garantía y en su caso no podemos aceptárselo. Una pareja que se disponía a entrar, a la voz de DICOM, me miró con sorpresa (¿de qué idioma es la palabra DICOM?). La vergüenza no me paralizó tanto como para que no se me vinieran a la memoria aquellos vecinos casi embargados a raíz de un cheque en garantía para ganarse unas vacaciones que nunca pudieron cobrar, porque cada vez que llamaban para reservar, o no había cupo o era temporada alta, o salía una grabación de fuera de servicio. Todo pasó por mi cabeza en una fracción de segundo y la pareja de incautos que venía (¡ja!) a cobrar su premio dejó de avergonzarme porque yo ahora sabía más que ellos. Además eran algo así como mis gemelos (aunque ellos no lo sabían). La mujer tenía ojeras y él cultivaba esa poncherita tan conocida.
Sé que, en mi lugar, tus sentimientos también hubieran sido confusos. Habrías envidiado furiosamente a esa mujer porque aunque estuviera a punto de ser estafada aún podía entrar al Torremolinos y aunque viviera la desvalorizada curva de los cuarenta igual que tú (y que yo) iba con marido y, de seguro, con una cuenta corriente realmente corriente; pero por otro lado, tu conciencia (como la mía) se hubiera empeñado en soltarte la lengua para que la previnieras (y de paso le borrabas esa mirada despreciativa)... La verdad, creo que hubiera tratado de salvarla si no hubiese sido porque la del trajecito beige la hizo pasar con su marido al Hotel y entonces los tres, antes de perderse en el lujo, vieron hacia la calle... A través mío... Las lágrimas se me agolparon, querían salir las muy indignas (aunque me he entrenado años para que no broten en público) y pensé: ¡A la mierda, que la embarguen! Goterones gruesos rodaron por mis mejillas mientras las ganas de vomitar ya no eran soportables, entonces apuré el paso hacia el mar preguntándome, entre arcadas, si debía tirarme, pero en vez de eso, apoyada en un poste como una borracha, vomité hasta el alma...
¡Aprovecha, busca a la otra ahora que estás limpia! Rescátala...
Estuve en la Costanera un tiempo indefinido respirando un aire helado que me purificaba en cada bocanada, perdí la memoria de mi renovada pobreza, descubrí que -cosa rara- el océano con sus reflejos de luna sigue siendo un espectáculo gratis. Disfruté el vacío en mi estómago; en mi casa ya no había empleada doméstica (no pude seguir pagándole, ella se fue preocupada prometiendo volver cuando pasara la mala racha). Ahora yo iba a tener que hacer mi propia cama (como antaño), pero no importaba, lo que sí deseaba (más que ganarme el Kino o el negocio del siglo) era que esa mujer encontrara trabajo para que pudiera seguir mandando a sus hijos al colegio bien alimentados.
La otra...(me repletaba) esa que disfrutaba con poco y compartía el pan con mantequilla con su compañera de banco...(podía sentirla revoloteando en mi estómago).
Se me había pasado el asco. 
(La Otra ” en Antología “Cuentos de Consumo”. Municipalidad de Puerto Montt y SERNAC. X Región de Los Lagos, 2002)
















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